martes, 27 de noviembre de 2007

NIEVE


Blanca, azul, naranja... sea cual sea la luz que la ilumina, siempre pura siempre hermosa, ganando belleza con la distancia, ganando pureza con cada metro de por medio, ganando calidez cuanto más lejos, quizás fruto del imaginar del añorar y del desear, al disponer de espacio tu mente moldea a su gusto sus formas, borra del recuerdo las rayas y todo lo negativo desaparece al evocar los momentos pasados juntos, esos momentos que sabías que no serían para siempre, pero al menos querías que los recordara con cariño, que fuesen especiales para ella, que fueran únicos. A los meses te la encuentras de nuevo cara a cara y chocas con la realidad que has intentado olvidar todo ese tiempo, tratas de asimilar su frialdad , su dureza, aprecias, ahora sí, las manchas, las imperfecciones y las marcas que sólo se aprecian de cerca, muy de cerca, ya que se ocultan tras su belleza y su aparente fragilidad. Entonces descubres que no eres el único que la disfrutas, acaso pensabas que solamente tú apreciaba sus cualidades, que sólo tu suspirabas por el reencuentro, que sólo tú eras capaz de esperar sin desesperar, pero una vez más ves, compruebas y entiendes que más manos quieran tocarla, que más caras quieran olerla y que más cuerpos quieran deslizarse sobre ella y al igual que tú cegados por la belleza tratarán de cogerla y poseerla, y al final descubrirán asombrados como cuanto más calor le den más rápido se les escurrirá entre sus manos.

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