lunes, 4 de julio de 2011

SUPERHÉROES




Quiero jugar a un juego nuevo, ya me cansé de los mismos de siempre, tengo la impresión de que nunca gano, no se si soy tan malo, o quizás, es que no se jugar.

Salto la cuerda al compás, sigo saltando hasta que no puedo más, si me paro la cuerda me da, si no paro no llego a ningún lugar.

Me columpio con ritmo, balanceo el cuerpo y voy coginedo velocidad, cada vez más impulso para desplazarme sin viajar.

Subo la escalera, primero los brazos y luego las piernas, me siento en la cima y me deslizó por el tobogán, toco el suelo y vuelta a empezar.

Aprendí jugando a no ir a ningún lugar mientras me incitaban a creer en la magia, a soñar con galaxias lejanas, o con pociones mágicas que otorgaban fuerza descomunal.

Crecí distraido en un mundo irreal. Un día, sin preguntar, me quitaron la capa y ahora ya no puedo volar, me limito a conducir amargado cada mañana, por el atasco de la capital. Sin escudos, sin antifaz y sin las gafas de ver desnudas a las ninfas que cruzan eteras las aceras de la ciudad.

Cierro los ojos y veo las manecillas de los relojes correr hacia atrás, me deslizo por un mundo estático y voy rectificando los errores de mi ingenuidad. Con la mente muevo cuchillos afilados que no me atrevo a empuñar y sueño con impactos certeros en la mediocridad.

Luz verde, salgo del letargo, avanzo quince metrós más... Ámbar, rojo y vuelvo a parar.

Estancado en la linea central miro a los lados observando a mis compañeros de patrulla, los superhéroes de ciudad que se desplazan ocultos en sus ataudes de metal. El único atisbo de don que parecemos poseer es el de la invisibilidad.