jueves, 26 de febrero de 2009

EL ANCIANO Y SU REFLEJO

En la puerta había una gorra negra y un bastón con los que se atavió frente al espejo del recibidor, se ajustó la bufanda dentro de su elegante americana y le guiñó un ojo al anciano del reflejo, que sonriente le correspondió.
Por la calle se descubrió educadamente ante todas las mujeres que se cruzaban en su camino, alargando el quite, con la picara intención de poder observar mejor a las de mayor esplendor.
Tras varios recortes, un par de verónicas y un más que merecido pase de pecho, entró en la farmacia para canjear la receta, que el urólogo le había dado para su disfunción.

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