miércoles, 5 de marzo de 2008

CABALLERO NEGRO

Su puño se levantó harto de tanto dolor, fatigado de pelear contra nubes de algodón. Estaba cansado de tanto abrazo por detrás, de tanta carta sin contestar, de yo a ti más sin demostrar y de los para siempres que no se pueden contar.

¿Quién quiere cantar pudiendo gritar?
¿Quién quiere acariciar pudiendo pelear?
¿Quién quiere dar pudiendo negar?
¿Quién quiere amar pudiendo odiar?

¿Para qué jugar si las reglas no se pueden cambiar?

Su puño enfadado respondió, barrió las fichas del tablero, mató al Príncipe, le trajo un corcel del color del plomo y juntos decidieron ser El Caballero Negro. Con unas tijeras cortaron las riendas de sus entrañas y al galope se las fueron tragando a base de pisotones como unos calcetines usados.

Su puño engañado y estafado amordazó fuertemente al culpable y lo ignoró como si no hubiera existido jamás, no lo quería escuchar, ni sentir, sólo quería que dejara de existir, que dejara da latir. Ya no nos hace falta, no lo necesitamos, yo no dejaré que te pase nada, le decía mientras poco a poco fabricaba una armadura hecha de mentiras de metal, que acabó coronando con una careta de cartón con los ojos sin perforar.

El puño ciego de generosidad fue repartiendo dolor hasta acabar metiéndolo en el río de la desesperación. Como con sus manos cerradas no podía nadar, se dejó llevar pensando que no había vuelta atrás. Los rápidos los vapulearon y tratando de no hundirse fueron tirando los besos, abrazos y sonrisas que el traidor les había hecho comprar.

Con el agua al cuello llegaron al océano en el que se pierden las lágrimas. Cansados y abatidos se desplomaron en la arena que separa el río del mar. La noche bajó para quedarse, quería cobijar a la marea para que gota a gota, ola a ola, luna tras luna, les despojaran de la coraza.

Una mañana salada se despertó desnudo tiritando, entreabrió los ojos y se encontró arrodillada a su lado a una sirena llorando que le acariciaba la cara. Abrumado e incrédulo se incorporó lentamente, extendió su brazo tembloroso hacia ella y su puño, que se había transformado en mano, le secó suavemente la cara.

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