martes, 29 de enero de 2008

JUNTOS

Apretó la almohada una vez más para llorar las lágrimas que ya no le salían. Lo peor de que se fuera es que se quedó, lo veía sin poder sentirlo, lo escuchaba sin poder tocarlo y lo olía sin estar junto a él. Pensó que tendría que aprender a vivir sola, porque nadie la avisó de que él no se iría, no del todo.
Se sentaba junto a ella en el sofá y veían la tele juntos, hasta que el reflejo del televisor apagado se reía de ella a la cara. Se colaba en su cama por las noches y le susurraba cuentos al oído, preciosas historias que no se cumplirian jamás, y que el rocío de su rostro barría por la mañana.
Cuando llegaba a casa le decía que le quería pero él ya no la escuchaba, los besos que le quería dar, él siempre los esquivaba y cuando le llevaba flores dejaba que se marchitaran.
Siempre que lo quería ignorar era él el que no la dejaba. Trató de ahogar sus recuerdos enterrándolos con cristales, quiso correr más que su nombre, pero lo llevaba grabado, mil fotos puso en su cartera pero todas con su cara.
Pero nunca quiso estar con nadie para no engañarle, porque por mucho daño que le quisiera hacer ella siempre le querría.
Un día reunió todas sus risas juntos, cogió todas sus cartas, y hasta las frases olvidadas y decidió ir a buscarle. Lo lógico era acudir al mismo sitio en que lo perdió de vista y decidida se encaminó convencida de poderlo encontrar. Apuró la marcha, cuanto más se acercaba más corría su pulso y con cada latido más se apresuraba y cuanto más aceleraba más segura estaba. Llegando a su destino sus dudas desaparecieron, sus miedos escaparon y su cuerpo se relajó. Entonces su pié dercho no dudó y con un impacto certero le preguntó a la misma valla que se lo había llevado sin avisarla.

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