Las olas de la vida les habían llevado en direcciones opuestas, pero paralelas. Los separaban tres mil kilómetros, dos sirenas que se cruzaron en sus caminos y cuatro nombres que vinieron después para quedarse. Aunque sus corazones siempre estuvieron unidos por algo mucho más fuerte que las llamadas de teléfono, los recados que intercambiaban a través de mensajeros o las felicitaciones de Navidad por sms.
Una semana antes les llegó por teléfono una canción en blanco y negro que les metió a cada uno de los dos en un avión rumbo a casa por unos dias.
El olor a coco les tiñó las canas, esa mañana habían quedado para hacer surf como siempre, sólo que veninte años después. Tenían una cita muy importante con un viejo amigo para disfrutar de su pasión juntos.
Mientras observaban las condiciones del mar recordaron anéctotas de los trés, se acordaron de aquellos viajes interminables en la Diane 6 cargados hasta arriba, de tablas, de ilusión y de risas llenas de humo que se escapaban por la ventanilla. Aquellos viajes en los que la carretera no tenía prisa y les hacía serpentear entre eucaliptos para llevarles a paraísos desconocidos, desconocidos hasta para ellos mismos. Ahora valoraban mucho más aquellas sesinoes solitarias en las que el que venía de afuera era recibido con los brazos abiertos. Era como un mercader de la edad media, como un emisario de un país lejano, alguién que venía cargado de productos fántasticos traidos de tierras lejanas y de historias maravillosas de lugares mágicos en los que el sol birllaba todo los dias y las olas daban abrazos cálidos e interminables.
Juan, alias el galipote, siempre andaba descalzo y el color de sus pies le habían hecho ganarse el apodo, normalmente siempre llegaba el último, pero ese día ya sabían que no tenían que esperar por él ya que los estaba esperando en el pico. Es increible como por mucho tiempo que lleves haciendo surf cada día es especial y te aporta las mismas sensaciones pero envueltas en papel de distintos colores cada vez y como hay dias especiales que se te quedan grabados para siempre. Hoy tenían la sensación que sería uno de esos días, tres viejos amigos que no sufeaban juntos desde ni se sabe. Remaron mar a dentro, tan profundo como su amistad y se sentaron a esperar por la serie. Juan no estaba, bueno si estaba pero no lo habían visto hasta que una ola perfecta se acercó por encima del horizonte, era increible, la ola se encrespó y rompió lenta pero intensamente avanzando hacia ellos con la suavidad de una avalancha de algodones de azúcar, la espuma pasó a su lado y los dos silbaron y gritaron "¡buean Juanillo, buena!" siguieron con la vista la ola por detrás hasta que desapareció en la orilla. Ambos amigos se giraron hacia si, se miraron con un brillo intenso en los ojos y con el traje apretandoles el cuello más de lo normal dijeron "- que cabrón el Galipote" "- si, que cabrón, siempre se coge las mejores".
Y siempre se las cogerá, más ahora que había decidido unirse de por vida con el océano, una semana antes todos los compañeros de salitre siguiendo sus indicaciones, habían esparcido sus cenizas el la playa que tanto amó.
Desde aquel día siempre que observaban el mar y veían una ola perfecta y solitaria, con gesto sonriente, se imaginaban al galiponte deslizandose por ella arriba y abajo con su clásico estilo desgarbado
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