lunes, 14 de enero de 2008

BELLA

Era tan hermosa y perfecta que lo destruyó. Su belleza ofendía y por dentro cada porción que ibas conociendo se te enroscaba por el cuerpo como una serpiente cargada de veneno, que primero te embelesaba para más tarde inyectarte su letal esencia.
El primer día que la vio se estremeció, no pudo disfrutar de su belleza, fue incapaz de asimilarla y comprenderla. Esa noche se acostó con ella en su cabeza tratando de entender el hecho de que la tierra giraba en torno a ella y no al revés, y que la sucesión de la noche y el día, era la batalla que tienen a diario el sol y las estrellas para poder iluminarla.
Sus piernas corrían por sus venas, su pelo le rozaba la espalda, sus ojos negros, en los que cabía toda la luz del universo se le grabaron a fuego en su cerebro.
Pero lo peor fue traspasar la fachada de seda y mármol y descubrirla por dentro. Cada movimiento de su boca producía una nota dulce y fresca, la melodía de la conversación lo elevaba y le hacía flotar libre a cada palabra, giraba ingrávido y feliz hasta que una gracia, una broma bien traída, un destello de ingenio y de improvisación lo precipitó al suelo de golpe. Mientras se reía veía como el suelo se acercaba más y más rápido, hasta que el impacto con su cara en la realidad le quitó las ganas de reír para siempre.
Vio claro su destino, un desequilibrio insalvable que le abocaría a una terrible infelicidad, la responsabilidad de hacerla feliz en sus manos era un proyecto que no podría acometer de ningún modo, en ese momento supo que jamás la podría hacerla la mitad de feliz de lo que lo sería él, nunca se acostaría con ella todo lo que desearía y jamás podría ya conocer a nadie que lo motivara. Impotencia y desazón se apoderaron de él y juntos los tres, comenzaron un idilio eterno con la dueña verdadera de su corazón.

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