Quiso que fuera verano en invierno, se puso las chanclas aunque estuviera lloviendo, quería sol, quería calor. Estaba harto de caminar, del túnel y de su luz artificial.
Olvidó al asno que le dieron flores y se las comió, olvidó al borracho que le dieron perfume y se lo bebió, olvidó al torpe que le dieron caricias y se rascó.
Jugó con unas cartas marcadas pensando que no hacía trampas, se puso unas gafas rosas y se fue a la playa.
Estaba tan guapa como la recordaba, paseó por la orilla en la que mueren los sueños esperando ser el dueño de uno de ellos. Pensaba poder hacer un barco de papel y salir a navegar con él.
No escuchó a las piedras que siempre tienen razón, ignoró las espinas y cogió la flor deslumbrado por su color. El muy imbécil quiso hacer de jardinero y hasta pensó en plantar arroz.
Una noche en el malecón le traicionó el corazón, que cansado de tanto daño le cambió los abrazos de hoy por los besos de antaño. Esterilizó la daga con el líquido más traidor y se la clavó hasta
los huesos, esos a los que no llegaba el amor.
Lentamente parte de su vida rodó por su cara acercándole más y más por dentro a la nada.
La ilusión de la razón no tiene razón si niega el corazón.
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