martes, 26 de febrero de 2008

DENTRO

En tu pelo enredadas fragancias que probar,
en tu piel tatuados sabores que degustar,
en tu cintura un muelle en el que atracar y
en tus caderas deseos que callar.

Unos ojos que quiero escuchar,
un cuello con el que quiero hablar,
una sonrisa con la que despegar y
un hombro para aterrizar.

En tus labios la llave de mi libertad,
en tus gestos anhelos con los que soñar,
en tus caricias alas con las que volar, pero
en tus frases barrotes para mi soledad.

Cada sentencia de tu boca alarga la cadena añadiendo los eslabones que forman mi pena, hasta que un adiós en forma de candado me encierra con el tormento de estar condenado a tenerte dentro.

lunes, 18 de febrero de 2008

AVIONES DE PIEDRA

Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños que regresaban del recreo, la nostalgia me dificultó el avance, gritos y risas en blanco y negro me hicieron recorrer a duras penas los pasillos y las aulas. Recordé como en aquellos días cualquier tipo de objeto que cupiera en una mano era susceptible de acabar aterrizando en tu cabeza, todo un profesional en la esquiva de aviones con forma de piedra, de borrador o de tiza. Me quedé clavado en un día especial, un día en concreto en el que el más extraño de todos objetos acabó aterrizando en mis labios, lo más curioso fue que lo vi venir de frente caminando.

miércoles, 13 de febrero de 2008

TINTA ROJA

El guión de su vida lo escribía con tinta roja. Unas piernas interminables la llevaban de puntillas por baldosas rosas y negras. Tardes de respiraciones contenidas, lunas de ilusiones cantadas y mañanas de pulso atragantado hacían que sus lágrimas intimaran con su sonrisa todos los dias. Corría más que su corazón y se adelantaba a buscar los besos que no le llegaban. Todas las noches dejaba notas bajo la almohada que se transformaban en flores por la mañana, y así con todo, convertía segundos en horas, horas en minutos, roces en abrazos, abrazos en ahogos, anhelos en tragedias, tragedias en dramas y enfados de mentira en reconciliaciones de verdad. De dos caracteres sacaba conversaciones eternas, y de dos besos noches eternas sin conversaciones. Giraba al doble de la velocidad del mundo, te llevaba o te atropellaba te elevaba o te arrollaba, te caldeaba o te quemaba.
Todas las mañanas flotaba tras la barra donde yo tomaba café, al preguntarme como lo quería yo siempre le decía con pasíon, por favor.

sábado, 9 de febrero de 2008

TIZA


Gente empaquetada que sale del envoltorio el fin de semana. Marchas militares al cuarto sin altavoz, soldados graduados por dentro entonan himnos con sabor a tabaco. Rostros perdidos como el verbo, sonrisa estática. Amigos de plástico te ayudan con las copas a cambio te tu silencio. Llamadas furtivas al otro lado del charco buscando cobertura hasta el amanecer, hasta que las gafas de sol reflejan escaleras en una sóla dirección. Persianas en los bolsillos que se desenroscan por la mañana para llevarte a casa, promesas con los dedos cruzados te meten en la cama, mientras el techo te da la razón.

sábado, 2 de febrero de 2008

JUAN EL GALIPOTE




Las olas de la vida les habían llevado en direcciones opuestas, pero paralelas. Los separaban tres mil kilómetros, dos sirenas que se cruzaron en sus caminos y cuatro nombres que vinieron después para quedarse. Aunque sus corazones siempre estuvieron unidos por algo mucho más fuerte que las llamadas de teléfono, los recados que intercambiaban a través de mensajeros o las felicitaciones de Navidad por sms.
Una semana antes les llegó por teléfono una canción en blanco y negro que les metió a cada uno de los dos en un avión rumbo a casa por unos dias.
El olor a coco les tiñó las canas, esa mañana habían quedado para hacer surf como siempre, sólo que veninte años después. Tenían una cita muy importante con un viejo amigo para disfrutar de su pasión juntos.
Mientras observaban las condiciones del mar recordaron anéctotas de los trés, se acordaron de aquellos viajes interminables en la Diane 6 cargados hasta arriba, de tablas, de ilusión y de risas llenas de humo que se escapaban por la ventanilla. Aquellos viajes en los que la carretera no tenía prisa y les hacía serpentear entre eucaliptos para llevarles a paraísos desconocidos, desconocidos hasta para ellos mismos. Ahora valoraban mucho más aquellas sesinoes solitarias en las que el que venía de afuera era recibido con los brazos abiertos. Era como un mercader de la edad media, como un emisario de un país lejano, alguién que venía cargado de productos fántasticos traidos de tierras lejanas y de historias maravillosas de lugares mágicos en los que el sol birllaba todo los dias y las olas daban abrazos cálidos e interminables.
Juan, alias el galipote, siempre andaba descalzo y el color de sus pies le habían hecho ganarse el apodo, normalmente siempre llegaba el último, pero ese día ya sabían que no tenían que esperar por él ya que los estaba esperando en el pico. Es increible como por mucho tiempo que lleves haciendo surf cada día es especial y te aporta las mismas sensaciones pero envueltas en papel de distintos colores cada vez y como hay dias especiales que se te quedan grabados para siempre. Hoy tenían la sensación que sería uno de esos días, tres viejos amigos que no sufeaban juntos desde ni se sabe. Remaron mar a dentro, tan profundo como su amistad y se sentaron a esperar por la serie. Juan no estaba, bueno si estaba pero no lo habían visto hasta que una ola perfecta se acercó por encima del horizonte, era increible, la ola se encrespó y rompió lenta pero intensamente avanzando hacia ellos con la suavidad de una avalancha de algodones de azúcar, la espuma pasó a su lado y los dos silbaron y gritaron "¡buean Juanillo, buena!" siguieron con la vista la ola por detrás hasta que desapareció en la orilla. Ambos amigos se giraron hacia si, se miraron con un brillo intenso en los ojos y con el traje apretandoles el cuello más de lo normal dijeron "- que cabrón el Galipote" "- si, que cabrón, siempre se coge las mejores".
Y siempre se las cogerá, más ahora que había decidido unirse de por vida con el océano, una semana antes todos los compañeros de salitre siguiendo sus indicaciones, habían esparcido sus cenizas el la playa que tanto amó.
Desde aquel día siempre que observaban el mar y veían una ola perfecta y solitaria, con gesto sonriente, se imaginaban al galiponte deslizandose por ella arriba y abajo con su clásico estilo desgarbado