Una estrella fugaz rasgó el firmamento en dos y una luz hermosa se liberó, primero fluyó densa y lentamente como la lava blanca de un volcán de nata. Serpenteando se deslizó perezosa, remoloneando en cada recoveco, lo contemplé fascinado mientras los segundos se llenaban de minutos hasta rebosar.
Súbitamente todo se precipitó, la luz me golpeó con fuerza, era blanca, intensa y pura, tras ella mil mariposas traspasaron la brecha y me envolvieron llenando el aire de colores, llenando mis entrañas de sabores y llenando mi alma de sensaciones. Ella se hizo forma, las mariposas sombra y la luz alfombra por la que avanzó sin caminar, como las olas por el mar.
Sus labios se movieron y pusieron música a las palabras que salían de su mirada, no dije nada, dejé que leyera las historias apiladas en las arrugas de mi cara, que le contaron como había bailado con ángeles negros y con demonios alados, que había traficado con dulces de relleno amargo y comprado cientos de marcos pero ni un sólo cuadro, incluso lo de aquel barco que construí para navegar en un charco.
Nos abrazamos en braille acariciando los anillos que el árbol de la vida nos había ido cargando desde que aquel hacha mellado nos había separado.
Después de un millón de años todo había cambiado, excepto la increíble sensación de tenerte a mi lado.
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