Quiero ser arenas movedizas y engullirte poco a poco entre
mis tripas, que te hundas en mi vientre y traspases mi pecho, quiero que halles
en mi tu lecho, aquí dentro entre mis ruinas, donde no hay suelo ni techo,
dónde no hay aristas ni espinas, dónde solo hay espacio sin
esquinas, un espacio que se amolda a la forma de tu cuerpo con la suavidad de
una caricia.
Todo espacio, todo despacio, acercándose las caras más
allá de las miradas, donde las narices mandan, donde las bocas demandan, donde se
comparten los alientos de dos fuelles eternos que exhalan miedos e inspiran
sueños, en un vaivén travieso que a veces es susurro y a veces es estruendo.
Y mientras respiramos,
se van gelificando nuestros cuerpos, volviéndose
blandos y esponjosos, volviéndose tiernos y fofos, y es en el país de
la gelatina donde desparece lo sólido y se funde tu piel con la mía, donde
no hay fronteras ni banderas, donde solo habita un extraño ser de dos cabezas, sin brazos ni piernas, que rueda y rueda, amándose por el filo eterno en el que se besan
el cielo y la tierra.