Foto: Guille Pando
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Te echo de menos, a ti y a tu cuerpo.
Con un dedo hundido en mis pensamientos anhelo el dulce encuentro entre mi jugo y tu cetro.
La reminiscencia de tus caricias, hace brotar florecientes bellos que se erizan al paso de mi malicia.
Mi cuerpo suda deseos que se deslizan diestros por las puertas del infierno.
Mis dedos traviesos patinan sobre la pista de jalea en que se ha transformado el vértice de mis piernas.
Mi sexo es un umbral de caramelo que brilla con el lustre del recuerdo de tenerte dentro.
Mi lengua porfía entre un mar de saliva que borbotea deseosa de ser compartida.
Con la mano que me sobra, me tapo la boca, me rasgo la ropa y rememoro en mis carnes los empellones de tu sexo cuando me tomas.
Avivo el fuego quemando recuerdos e imaginando encuentros de los que normalmente me avergüenzo, pero ahora no, ahora los quiero todos ellos para mi juego, ahora me quiero restregar en el barro de mi sucio silencio. Y me regodeo con tu polla y mi trasero, con tu lengua y mis agujeros, con mis manos y tus huevos y con tu leche resbalando por mi cuello. Quiero tus ojos bien abiertos, con esa expresión lasciva que pones cuando me tiras del pelo, quiero que me aprietes por dentro y sentir como se te hincha el miembro, quiero que me muerdas con desespero y arañarte con mis uñas todo el cuerpo.
Con la fricción avivo la presión, y la emoción, y el corazón, y la contradicción de querer retener una sensación que rebosa en mi interior.
El jadeo se vuelve más intenso, me falta el resuello, tu miembro me viola el cerebro, mis dedos me perforan certeros, mis pensamientos me lubrican por dentro bombardeándome con cientos de pensamientos que me estallan perfectos, liberando el fuego, que al mezclarse con mi aliento arde opulento.
Entre los temblores de mis muslos se desliza una tibia gota de jugo, que serpentea libre del yugo, añorando por un segundo, el no haberse encontrado con tus efluvios.