Al final está la luz. Foto: Isaac Gallo
Un ente hiriente que te recibe al entrar en casa, frío, vacío, e implacable te persigue a todas partes. En el salón, en esa jarapa que ya nunca más se arrugó, en la cocina, en un cuenco que ya no tiene comida y en el timbre del telefonillo que ahora suena sin ladrido.
No quiero que desaparezcan los pelos blancos de mi ropa, quiero que no duela tu nombre en mi boca, quiero lanzar fuerte la pelota y que vuelva rota.
Ahora la pelota está entera, y yo intentaré estarlo aunque sea por fuera.
Ánimo amigos.