miércoles, 1 de junio de 2011

UN CORTADO Y UN CIGARRO



El gris ralentizó el despertar de una mañana de orbayo, dejando el día como pausado, y tiñendo de blanco y negro el ánimo.
El verme obligado a dejar la bicicleta aparcada y a conducir sentado sobre cuatro ruedas y enclaustrado en chapa, no ayudaba.
El limipaparabrisas en su marcha lenta se bambolea hipnotizante de lado a lado, inconscientemente le acompaño, y asiento con el movimiento de ir negando.
Negando busco aparcamiento, negando introduzco mis euros en las huchas del ayuntamiento que te engañan, que te venden un tiempo que se lleva el viento.
Sigo negando mientras espero por el impreso, y lo que no espero es que me devuelva el dinero, ahora si que niego, y juro en arameo.
¡Ups! sorpresa en el cajetín, no hay una, sino dos monedas, una mía que vuelve a recorrer la vía y dos euros relucientes que me dan los buenos días, y que meto en la cartera con una sonrisa.

Deja de llover.

Peinaba un pelo cano, largo, de raya de medio lado y las puntas del color del filtro usado de un cigarro.
Vestía austero pero correcto, la chaqueta de un traje, que como él, había vivido mejores tiempos. Planchado, con los codos parcheados y con los botones, siempre abotonados.
Solitario, callado, paseaba con los hombros gachos y las manos abrazadas a la espalda.
En su cara había más vida de la que marcaba su cumpleaños y en su vida más años de los que quería.
Le observaba desde aquel día que se sentó a mi lado en la cafetería, y por simple pasatiempo, comencé a reconstruir su vida, a elucubrar sobre su pasado y a imaginar los giros del destino que le habían llevado a ser, ese hombre solitario.
A veces lo imaginaba viudo, otras enamorado del amor equivocado, o a veces, equivocado en el trato de su verdadero amor, que harta de desprecios un día lo abandonó. Hijos en otros continentes, o encarcelados, o quizás inexistentes pues la vida se los había negado.
Siempre lo veía recorriendo la ciudad, buscando una propina dentro de una cabina, o algún emolumento en las máquinas del aparcamiento... pero jamás pedir limosna ni mendigar.
Yo lo imaginaba con una escasa retribución que le daría para una humilde pensión y una justa manutención, y su vicio era hurgar por los resquicios para pagarse un café y un pitillo.

Cafetería.

- Ponme uno sólo.
- Marchando. Por cierto ¿te acuerdas del señor de pelo cano?
- Si, el de los cortados y el cigarro.
- Si el callado. Pues se murió el mes pasado.
- Vaya por dios, ya me parecía que hacía tiempo que no le veía. ¿Qué le pasaría?
- Se moriría de pena
- Entonces no se murió, lo mataron. ¡Cóbrame!

Abrí la cartera y entre las monedas, resplandecieron los dos euros de la máquina de la mañana.

Pausa.

Miré al cielo sonriendo por dentro, hice media reverencia y le di las gracias por el café.

Ese día fue el último que pensé en él.

8 comentarios:

Una dijo...

Desgarrador. Has contado el relato de manera genial, poco a poco nos introduces en la historia, te acompañamos a la cafetería y hasta conocemos al viejo del que hablas. Al final lo mataron de pena, doloroso. La reverencia, magistral.
Tus dos monedas, su gratitud porque alguien se acordó de él. Muy emotivo.

Fernando Ferrao dijo...

Gracias Aina. Hacía tiempo que no relataba, me alegro que te haya gustado.

Asier Viteri dijo...

ostia tu! muy bueno...

para cuando una novela? aquí tienes un comprador!

Fernando Ferrao dijo...

Si conoces a un editor como los de las pelis, que me pague un año por adelantado (sin casoplón ni mercedes) está hecho. Tengo una historía buenísima, que seguro que te iba a molar, pero necesitaría tiempo.

Magenta dijo...

¡Qué chulo, Fer!
Me ha encantado.
¡Gracias!

Fernando Ferrao dijo...

Gracias a ti Magenta ;)

chordialonso dijo...

Me gustó mucho Fer... el día a día de la mayoría de los mortales... A seguir ahí... Bravo!

Fernando Ferrao dijo...

Gracias Chordi, una pequeña historia de las que ocuerren todos los días.